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Las Trampas del Inglés que Habla Español: Una Aventura Lingüística
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Ah, el inglés valiente que decide enfrentarse al temido y traicionero idioma español. No hay aventura más épica ni más peligrosa que esta. Cuando un inglés decide aprender español, lo hace con una mezcla de optimismo ingenuo y confianza excesiva, como si fuera a pasearse por el idioma con la misma soltura con la que toma té a las cinco de la tarde. Spoiler: no es así.
Primero, hablemos de la pronunciación. Un inglés puede dominar todos los verbos irregulares, entender la diferencia entre el pretérito perfecto y el imperfecto, e incluso memorizar listas enteras de vocabulario. Pero cuando llega el momento de pronunciar la “r” vibrante en palabras como “perro”, todo se desmorona. Lo que debería sonar como un rugido en miniatura de un chihuahua se convierte en un extraño intento entre un estornudo y una tos seca. Y claro, como no podía ser de otra manera, confunde “perro” con “pero” y acaba diciendo “tengo un pero en casa” en lugar de “tengo un perro”. De repente, la conversación toma un giro filosófico que nadie esperaba.
Luego están los falsos amigos, esos malditos traicioneros. Un inglés confiado, creyendo que palabras como “embarazada” son familiares, se lanza a la conversación sin miedo. “Estoy muy embarazado por la situación”, dirá, pensando que está expresando su incomodidad. Lo que en realidad ha dicho es que está muy, pero muy, embarazado. La cara de los interlocutores lo dice todo: ¿será que este inglés ha descubierto un nuevo hito biológico? Al darse cuenta del error, las explicaciones sólo empeoran las cosas, y lo que debería haber sido una disculpa por sentirse avergonzado se convierte en un debate sobre los avances de la medicina moderna.
Y ni hablemos del género de las palabras. En inglés, el pobre infeliz no tiene que preocuparse por si una silla es femenina o masculina. Pero en español, ¡ay, qué confusión! “La mano”, “el agua”, “el día”, “la radio”. Todo se convierte en una danza mortal de artículos que no hacen sentido. Así, nuestro protagonista inglés empieza una batalla interminable entre el “la” y el “el”. Y claro, siempre elige mal. “El sofá” se convierte en “la sofá”, y de repente está debatiendo sobre el género de los muebles con sus amigos españoles, que lo miran como si estuviera tratando de resolver un acertijo imposible.
Además, está la costumbre inglesa de ser excesivamente educado. Si en inglés “please” se usa para casi todo, en español no es tan común. El inglés no lo sabe y termina pareciendo un noble del siglo XIX: “Por favor, ¿podrías, si no es mucha molestia, pasarme, por favor, la sal? Muchas gracias, por favor.” Los españoles, que prefieren la comunicación directa, se quedan desconcertados, pensando que acaban de entrar en una obra de teatro de época.
Finalmente, está el famoso subjuntivo. Ese es un campo minado lingüístico en el que el inglés pisa con la misma seguridad que un gato sobre hielo. ¿“Si hubiera sabido”? ¿“Ojalá que tenga”? ¿Por qué tantos cambios en los verbos? El inglés nunca está realmente seguro de cuándo usar el subjuntivo, así que lo evita como a la peste, y cuando finalmente lo intenta, el desastre es inevitable.
Al final del día, hay que aplaudir al inglés que se atreve a hablar español, porque es una hazaña heroica llena de trampas lingüísticas. Pero también, hay que prepararse para muchas carcajadas.